«A las ocho, ocho»

Recibí interesantes comentarios sobre mi artículo de la semana anterior: “¿Trabajadores o desordenados?”. Compartiré algunos de ellos, ya que reflejan nuestras costumbres y contrasta nuestras marcadas diferencias con otras culturas. Pepe del Río cree que: “…definitivamente somos desordenados y flojos, en el medio de trabajo reza un dicho mediocre y popular: ‘el patrón hace como que me paga, yo hago como que trabajo’. Esto trae como consecuencia un círculo vicioso y de mediocridad. Tenemos que sembrar excelencia para tener la oportunidad de cosechar frutos con excelencia, en México vemos el trabajo como un castigo, cuando en realidad es una bendición”.

Por su parte Manuel Torres Castrejón, opinó: “Creo que somos trabajadores, pero también desordenados. Pero en la medida que crece el negocio propio te pones más en orden. Nos falta sistematizar mucho de lo que hacemos en nuestras vidas y negocios. Definitivamente, en el tema de la puntualidad, no somos muy buenos”. Cosme Marentes acepta que: “Los mexicanos somos un desorden, en cualquier país europeo es diferente, lo malo es que para nosotros ya lo vemos como muy natural. Y eso está peor. Precisamente voy regresando de Saltillo, porque un funcionario de Fovissste, en dos días después de como 80 llamadas, no fue capaz de tomar la bocina para contestarme. El tramite se llevó como 15 segundos, pero a mí me costó mucho más en tiempo y dinero”.

Mara Ortiz me expresó: “…no trabajamos con amor al trabajo, si no para no morir de hambre. Por ejemplo, por experiencia propia aquí en Saltillo, pides una cotización y se tardan de cinco a diez días, en mandártela, si bien te va. En Monterrey te la mandan en unos minutos y le dan seguimiento. Y estamos a una hora de distancia. México no progresa por nosotros, países como Alemania, Japón, China, Inglaterra se han levantado de guerras y han hecho países exitosos y prósperos, mientras nosotros seguimos echándole la culpa al mal gobierno”.

Tere Carmen Guajardo, me externó: “Veo que somos desordenados, irresponsables y no damos valor a nuestra palabra. La gran mayoría dice que hará determinada acción y no la hace. Incluso hay muchos que se comprometen a algo y no hacen ni el mínimo intento por cumplir, peor aún, lo hacen sabiendo que no cumplirán. Creo que en nuestro actuar debemos darle valor a nuestra palabra y respetar a los demás”.

Samuel Arroyo nos deja el siguiente comentario: “Con respecto a Shanghai me hizo recordar una charla que el Secretario de Economía nos compartió: ‘Las leyes mexicanas son de las más bellas del mundo, bien estructuradas e incluyentes. Hacen alarde de una gran democracia; sin embargo, no se respetan. En Shanghai me quedé atónito por el eminente respeto a sus leyes, y te das cuenta en las calles. Por ejemplo, no ves en la banqueta ninguna goma de mascar, porque está prohibido. Lo pastos de la urbe son totalmente verdes y nadie los pisa porque eso amerita multa. Imagínese que se queda sin gasolina, también es motivo de multa, por el caos que genera, además de las pérdidas económicas y tiempo para otros. Sus leyes, aún con un toque de tiranía, no les ganan a las nuestras, sin embargo, la gran diferencia es el respeto y aplicación de las mismas’. Orden al final de cuentas”.

David Luna, también me externó sus ideas al respecto: “La concepción del trabajo en la cultura oriental es una realización personal y permite la legitimación de tu incorporación a la sociedad, ayudando a la comuna. En occidente es diferente, para nosotros el trabajo es un castigo ‘conseguirás el pan con el sudor de tu frente’, dos concepciones del mundo chocan con la inmersión de China en este mundo globalizado, y la pregunta obligada sería ¿Quién tendrá la ventaja competitiva en la actitud al trabajo y todo lo que conlleva el mismo?”.

Para cerrar este artículo, dejo una anécdota del ingeniero Augusto Avalos, quién fue mi maestro en la carrera de ingeniería eléctrica. Un empresario japonés acudió a su oficina para solicitar una visita a unas instalaciones de la Comisión Federal de Electricidad. Para concretar el plan del siguiente día el visitante oriental preguntó, ¿a qué hora nos vemos mañana? Un ingeniero mexicano contestó que entre 8:00 y 8:15. El japonés insistió en su pregunta y recibió la misma respuesta. Entonces el extranjero precisó: “De acuerdo, nos vemos entonces a las 8:08”.

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